domingo, 13 de septiembre de 2009

Paisajes del alma





Para qué sirve un paisaje
DAVID TRUEBA director de cine
Dominical 30/08/09

"... Un paisaje es un espejo donde estás tú frente a la belleza o grandeza de la vida. Por eso ningún paisaje es dos veces el mismo, como nadie es el mismo en dos momentos diferentes de su vida... Lo hermoso de un paisaje es la significación que cobra para nosotros cuando lo reencontramos o cuando en un momento determinado se une a nuestro estado de ánimo y es como si uno se marchara con la montaña a cuestas, la puesta de sol grabada en la piel o el arroyo metido en las venas.

Un paisaje puede ser como una canción hortera, de esas que nos obligaban a oír machaconamente en los veranos de la infancia y que nos descubrimos tarareando 30 años después, porque, sin quererlo, se nos metió dentro...Un paisaje puede parecerse a ese poema que leemos una tarde y parece que está hablando de nosotros, que lo habríamos escrito nosotros si hubiéramos sabido poner una palabra detrás de otra con tino y gusto. Lo bueno de un paisaje, de un paisaje que te habla, es que tiene algo de superior. Sobre nosotros ejerce una potencia que sólo nos puede llevar a la sumisión. El que no se siente pequeño frente a una costa, una laguna, un bosque o un riachuelo, o es tonto o es un ególatra irremediable. El paisaje estaba allí antes que nosotros y lo estará después si lo respetan, sobretodo en este país de asesinos de paisajes. El paisaje puede ser un bofetón, un abrazo, una caricia o una puñalada, depende de en qué momento te enfrentes a él. A veces un paisaje ha estado delante de nosotros toda la vida y sólo lo descubrimos muy tarde, cuando nos toca despedirnos de él o reencontrarlo después de demasiados años de ausencia. A veces, uno tiene ganas de gritarle a la gente: menos autoayuda, menos pastillas y más paisaje. Más enfrentarse con la grandeza de verdad desde nuestra fantástica pequeñez.. Pero no lo dices, porque tú mismo has tardado demasiado en descubrir lo importante que puede ser aquel paisaje"

Leí este artículo sentada en el "loop bar" de Bilbao junto a mell boy hace ya dos semanas justo cuando hacía dos días que acababa de redescubrir mi último paisaje.Llegué a esta cuidad hace ya año y medio y tuve la azotea desde la que esos días antes había redescubierto sus vistas desde siempre , es decir , desde que alquilé mi piso de soltera de la calle lersundi.
Aquella tarde de agosto hacía mucho calor y, después de dar un baño de sol a mi libro y a mi misma , buscando un poco de brisa, salté de mi hamaca al balcón y me quedé atontada viendo caer el sol sobre los tejados naranjas por los que me hubiera gustado correr como una niña, si no hubiera habido serio riesgo se romperme la crisma; y admirada por el contraste que hacía con la luz y con el agua de la ría las alas grises que , como un trozo de papel albal mal cortado para envolver deprisa un sandwich, los trocitos de Guggenheim que podía divisar desde donde estaba.

No ha sido este ni el primero , ni el único, ni el último paisaje de mi alma. Si echo al vista muy muy atrás los primeros verdes que recuerdo son los de la Galicia de mi infancia desde el viejo seat 124 de mi padre y tras 10 horas de viaje( con perro , abuela, hermano, cubos y palas de playa y demás trastos incluidos). Recuerdo que, a pesar de la paliza por aquellas carreteras de España y de los gruñidos del conductor, sólo por ese momento en el que los geráneos cambiaban de color y la hierba también lo hacía, merecía la pena aquella tortura automovilística. Y no sólo para mi , eso lo supe ya entonces. Tan adentro se me quedaron esos paisajes que todavía hoy, como un ibuprofeno que no puedes pasar y se te queda en la garganta, necesito- procuro que sea cada año- volver a ellos, como se necesita un trago de agua para que pase la pastilla. Y regresando redescubrí el muelle de mi viejo Mugardos o el pequeñísimo pueblo de mi padre "O Seixo"; y regresando también se adueñaron mis recuerdos de nuevos paisajes, como las vías del tren que se ven desde la galería amarilla de mi tía ferrolana.


Salvo los años en Andalucía(de allí me quedo con una mañana de noviembre en la que -recién llegada- me enseñaron el mirador de San Nicolás en Granada y se me quedó la boca tan abierta que al día siguiente estuve constipada; y con el sol del Sur-tan distinto-poniéndose entre la playa de San Cristobal y la de Velilla en Almuñecar), salvo aquellos casi tres años, digo , entre la Galicia de mi niñez y el Bilbao de hoy, exactamente igual que pasa en el mapa geográfico de España, estuvo y está Santander. Dejando a un lado los ríos y bosques de la Cantabria profunda que mi abuelo me descubrió siendo tan niña que casi me parece imposible haberlo sido y que no puedo recordar porque sería demasiado grande la nostalgia y tendría que dejar de teclear en este momento, a esta ciudad-Santander- le deba casi todo lo que soy, hablando de paisajes -como estamos hablando-y sin querer ser una guía turísitica yo tengo en el alma el parque de los pinares verdes casi casi negros que se ve desde la terraza inmensa( y no sólo por los metros) de casa de mis padres; y un trozo de la segunda playa del Sardinero que desde unas escaleras que, ya se han convertido en ese lugar favorito que todos tenemos, veía de niña correr a mi perro por la arena en invierno, me sentaba con una amiga cómplice a contar o escuchar secretos que se quedaron enterrados allí para siempre y se los llevó la marea, o lanzaba-como un mensaje en una botella- deseos que no se cumplirían( o si, algunos si) o llamadas de s.o.s cuando no había salida porque en ese paisaje de mi alma sabía que nada malo me podía, ni me puede pasar.


Emma Peel

2 comentarios:

  1. Hausinka: Y yo me pregunto una vez más porqué estamos tan atrapados en nuestros paisajes natales...no puedo evitar ser "guía turística", cómo tú dices, fuera de la tierruca...ay si Revilla me pagase un euro por cada vez que he promocionado Cantabria (que también Asturias), ya sea su comida, sus paisajes, sus costumbres...

    ResponderEliminar
  2. Yo a veces para tranquilizarme echo mano de los paisajes que más me gustan para imaginarme en ellos y recordar tiempos vividos y tiempos que vendran.Yo adoro el otoño y siempre me viene una imagen de algun pueblo que no se cual es, pero que si no he estado en el aun, creo el destino o lo que sea hara que forme parte de su paisaje

    ResponderEliminar