Arturo Pérez Reverte en la revista XL Semanal del domingo, 16 de agosto de 2009:
"Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas». Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir». Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena."
"Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas». Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir». Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena."
Mismo día, misma revista. Carmen Posadas:
"...a lo largo de muchos años Gustav Flaubert fue reuniendo una larga serie de bobadas que sería muy largo enumerar aquí, pero que se parecen a muchas que actualmente damos por ciertas. Me refiero a frases como «Yo lo que deseo es ser el mejor amigo de mis hijos» Por lo visto lo guay es ser colegui de los hijos, ir de igual a igual, olvidar la disciplina, con lo que, cuando uno quiere darse cuenta, lo que tiene en casa es un malcriado de tomo y lomo, cuando no un delincuente juvenil.Yo creo que le hacemos un flaco favor a la sociedad dando por buenas falacias de este tipo. No, por mucho que lo digan los telecotillas de la tele. No, por mucho que lo sostengan los autores de esos librillos new age. No, por mucho que lo repita hasta el sursuncorda"
"...a lo largo de muchos años Gustav Flaubert fue reuniendo una larga serie de bobadas que sería muy largo enumerar aquí, pero que se parecen a muchas que actualmente damos por ciertas. Me refiero a frases como «Yo lo que deseo es ser el mejor amigo de mis hijos» Por lo visto lo guay es ser colegui de los hijos, ir de igual a igual, olvidar la disciplina, con lo que, cuando uno quiere darse cuenta, lo que tiene en casa es un malcriado de tomo y lomo, cuando no un delincuente juvenil.Yo creo que le hacemos un flaco favor a la sociedad dando por buenas falacias de este tipo. No, por mucho que lo digan los telecotillas de la tele. No, por mucho que lo sostengan los autores de esos librillos new age. No, por mucho que lo repita hasta el sursuncorda"
Los dos artículos me sirven hoy para abordar el tema de las cosas que SI nos dijeron nuestros padres.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a intentar quitarle la razón a Pérez Reverte, sólo en parte; y como casi siempre, dársela totalmente a Carmen Posadas. En mi caso, "la habitación de la hija", que se encuentra separada del salón sólo por una pared, que di por hecho que al marcharme de casa tirarían mis padres para agrandar el salón, sigue, no sólo en el mismo sitio cinco años después (nunca tiraron ese tabique) , sino que continúan sus estanterías llenas de mis libros de poesía, de las novelas que me ayudaron a escoger la adulta en la que me quería convertir y de los códigos de derecho civil, penal, administrativo y hasta canónico con los que conseguí un "título", como dice Pérez Reverte. Si se hubiera escrito este artículo trece años antes, la niña que yo fui lo hubiera arrancado, se lo hubiera enseñado a sus padres y lo hubiera utilizado como otro de sus argumentos para poder estudiar "una carrera bella y poco práctica, relacionada con la lengua"(también de la colaboración semanal del mismo escritor).Por lo que, sólo ahora y, después de muchas tribulaciones, entiendo como una suerte, no se escribió cuando yo tenía dieciocho años.E igualmente, por buena ventura mis padres no pretendieron nunca ser "colegui" de sus hijos y me encaminaron a una carrera no tan bella, pero algo más práctica como es el Derecho porque -me repetían-la literatura con lentejas sabe mejor. Y así, mientras incriminaba tanto a mis progenitores, tanto a las leyes como asesinos de mi creatividad, a trancas y barrancas me convertí en lo que soy hoy y-contra todo pronóstico- el otro día me sorprendí en el Juzgado diciendo en voz alta que mi profesión era una profesión preciosa, preciosa(creo que lo repetí dos veces porque ni yo me creía lo que acababa de decir.)Y realmente lo es si se quiere ejercer. A partir de ese momento, causal o no casualmente el domingo siguiente se publicaron estos dos artículos trascritos y es entonces cuando supe que tenía una deuda pendiente con aquel que -según dice Pérez Reverte al inicio de su columna en una parte de su entrada que no he copiado-"dio ejemplo de padre: un buen hombre que nunca dice tres frases seguidas, pero que jamás faltó a su deber, ni hizo nada que no fuera honrado. Que educó al hijo con más ejemplos que palabras."Y fue entonces también cuando comprendí eso de que "no es feliz quien hace lo que quiere, sino quien quiere hace" y que -como decía Paulo Coelho en su artículo de la semana siguiente-siempre hay una segunda oportunidad en la vida. En mi caso, la segunda oportunidad-y ya en la treintena, pero, por fortuna, con los pies un poco más cerca del suelo- de "ya que el éxito profesional no te calienta cuando hace frío", como dice la escritora Noe Martínez en su última novela( mi última adquisición) calentarme por las tardes y por las noches con mi vocación.Y de paso con el estómago lleno de lentejas. También calentitas, por cierto. Así que, después de todo, quizá mi padre tampoco se equivocara tanto y quizá esas cosas que SI me dijeron merecieron la pena.
Emma Peel
A mi me pasó algo "parecido", porque yo queria estudiar Psicologia, y acabe en Empresariales. No la escogieron mis padres, la escogi entre las pocas opciones que habia en Santander, porque fuera de aquí no vi intención ninguna de que me lo fueran a pagar.Pero psicología, por muy bonita que me pareciera, no me iba a dar de comer "lentejas".Ahora me alegro de haber estudiado algo práctico, aunque no trabaje exactamente de ello, porque me vale para valerme por mi misma.
ResponderEliminarMe quedo con esta frase:
"En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará."
Porque por mucho que intentemos hacer las cosas bien en esta vida, el dolor y el sufrir no nos lo quita nadie.